En el metro, en la playa, en las terrazas, en todas partes ves el libro, “50 sombras de grey” (el best-sexualler del verano) y es que es algo que ya se sabía, el sexo siempre vende, por eso existe ese binomio economía-sexualidad que desde el comienzo de los tiempos está arraigado en el inconsciente colectivo.

Por esta razón la mayor parte de los acuerdos económicos que firmamos con los bancos tienen relación directa con prácticas sexuales sado-masoquistas, y me explico, al igual que en el libro firmamos un contrato de sumisión con el banco, el/la firmante obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del banco, aceptará toda actividad que el banco considere sumisa y placentera excepto aquellas contempladas en los límites infranqueables, garantizará que trabaja como mínimo ocho horas diarias, sólo mantendrá relaciones con el banco, se comportará en todo momento con respeto y humildad e incumplir cualquiera de las normas anteriores supondrá un castigo inmediato, y el banco determinará la naturaleza del castigo.

Pero por si estas prácticas no fueran suficientes, el banco además disfruta quitándonos los ahorros que año tras año hemos depositado en sus manos, con lo que se ha dado en denominar tóxicos bancarios.

Y que pasa con los más osados, los que deciden romper ese contrato porque es abusivo, los que denuncian estas prácticas ilegales al Gobierno para que los defienda, pues ahí es donde aparece el ministro Luis de Guindos que se ha limitado a admitir que los afectados por estos productos financieros no recuperarán sus ahorros íntegros.

De Guindos ha explicado que los afectados serán sometidos a canje y que recibirán un producto “que tendrá liquidez”, pero que ya de inicio no será la cantidad que invirtieron, y quién no acepte el canje lo perderá todo, pero aún hay más, el que lo acepte no podrá reclamar a pesar de haber sido engañado.

La realidad supera muchas veces a la ficción, y huyendo de un contrato que te humilla y buscando refugio en quien debe proteger a la población nos encontramos que nos entregan a placer a que el ‘amo’ nos castigue por haber sido malos.