Ya ha terminado “la liga” y parece que los españoles podemos descansar tranquilos y relajados, sin que se nos hinche la vena del cuello a “lo Patiño”, pero ¿qué es lo que realmente hace el deporte rey para que nos transformemos en pseudo-psicópatas, que lleguemos en algunos casos al insulto, y nos llene de coraje hasta las cachas?, pues son los malos árbitros, y más que los árbitros son los pésimos arbitrajes.

Hoy al levantarme, como la mayoría de los días, me he puesto con la prensa diaria, donde las noticias más relevantes parecen repetirse cual “Día de la marmota” estos últimos meses, y me he encontrado con una palabra presente en la mayoría de ellas: Arbitraje.

Aquí es donde tomamos aliento, porque nos jugamos la roja con expulsión directa; que la única solución viable, según la banca, para los afectados por el drama de las preferentes sea el arbitraje, no tiene parangón, con lo que aprendimos de pequeños ya tenemos más que suficiente para saber por dónde van los tiros, “árbitro comprado, partido regalado”.

Digamos que estamos en la final de la Copa Confederaciones frente a Brasil, último minuto de la segunda parte de la prórroga, que después de mucho sufrimiento a lo largo del partido, nos hacen una falta dentro del área, y cuando nos giramos para ver cómo el árbitro pita el consecuente penalti, en vez de sacarle la tarjeta al jugador contrario, nos la saca a nosotros por haber fingido la caída, y nosotros ahí, con las marcas de las botas bien a sangre en la pantorrilla. Si sustituimos partido por contrato de preferentes, o deuda subordinada, o cuotas participativas o híbridos financieros en suma; Brasil por entidades financieras; y árbitro por arbitraje, tenemos una precisa imagen de conjunto de la situación de los afectados por las preferentes: cuando nos pensábamos que habíamos llegado al final del partido gracias al arbitraje, nos encontramos con que jugamos en campo contrario, expuestos a una aplicación sesgada de las leyes de consumo.

Porque el arbitraje ha sido puesto en marcha con criterios restrictivos y ambiguos, careciendo de seguridad y en busca de pagar el menor dinero posible a la mayor cantidad de afectados. Y esto no es que sea mi opinión, sino que es lo que dicen las asociaciones de consumidores: Facua, OCU, Asgeco y Adicae. Facua además ve una “auténtica tomadura de pelo que el supuesto experto independiente que valorará qué solicitudes de arbitraje son aceptadas y decidirá las cantidades máximas que podrá reclamar cada usuario sea una consultora que trabaja con Bankia, KPMG”. Incluso la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, ha reclamado tanto a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) como al Banco de España que se adopte un arbitraje «universal» para todos los «ahorradores».

Hagamos un sencillo ejercicio de entrenamiento pre-partido: Si un preferentista cualquiera se pone a buscar “Arbitraje” en Google, lo primero que le saldrá es, lógicamente, el anuncio de Bankia. Pero, si ese mismo preferentista se pone a buscar “Afectados por las preferentes”, también lo primero que le sale en Google es el anuncio de Bankia sobre el arbitraje. Y si a ese mismo y ya “enfadado” preferentista le da por buscar “La estafa de las preferentes”, albricias, efectivamente lo primero que le sale también es nuevamente el anuncio de Bankia sobre el arbitraje.

Ciertamente, si el arbitraje fuera una solución real, ¿para qué tanto dispendio? ¿Dónde están los casos resueltos por el arbitraje? ¿Cuántos afectados han quedado satisfechos? Puede que hayamos leído también en las noticias que ya se han resuelto muchos casos de arbitraje, pues bien, si acudimos a los informes publicados, resulta que sólo hay unos pocos resueltos, y además sin concretar de qué cuantías estamos hablando.

Si nos paramos a pensar lo que se está gastando Bankia en publicidad, únicamente en Google para asegurarse esa aparición en primer lugar de su anuncio del arbitraje, llegaremos a la conclusión de que hay mucho, pero que mucho dinero en juego: los ahorros estafados de cientos de miles de españoles. Y es que la solución del arbitraje interesa sobremanera a las entidades financieras por tres razones fundamentales: En primer lugar porque así pueden dirigirse a los afectados con una presunta solución; en segundo lugar porque en aquellos casos que el arbitraje no salga favorable, luego ya no hay vuelta atrás y no se estará en condiciones de acudir al juez después, eliminando de un remate certero el procedimiento habitual de la justicia y las apelaciones a tribunales superiores; y por último y sin ser menos importante, en aquellas resoluciones favorables, que igualmente lo serían para los afectados de acudir a los tribunales, la devolución íntegra del dinero se ve minorada generalmente por los intereses devengados a lo largo de los años.

En resumidas cuentas, cuando desde las Asociaciones de Consumidores, Usuarios de Banca y Afectados por Preferentes, se está aconsejando sobre el peligro de acudir al arbitraje, y que en caso de hacerlo, se tomen las precauciones oportunas, quiere decir, que no estamos ante una solución, sino ante toda una tarjeta roja, cuyo único fin es ganar tiempo para las entidades financieras.

Jaime Navarro, Abogado